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La ética de la sororidad



Algunas representantes del movimiento feminista están divulgando ahora las palabras “sororidad” y “sororas”, tal vez a partir del inglés sorority.


El significante “sororidad” ya fue utilizado cuatro veces por Unamuno en su novela La tía Tula (1925). En una de esas ocasiones escribía: “No es lo mismo, ni mucho menos, lo paternal y lo maternal, ni la paternidad y la maternidad”, y por tanto “es extraño que junto a ‘fraternal’ y ‘fraternidad’, de frater, hermano, no tengamos ‘sororal’ y ‘sororidad’, de soror, hermana”.


Unamuno defendía “sororidad”, pues, para cubrir una carencia léxica, el amor de la hermana: “Sororidad fue la de la admirable Antígona (…), que sufrió martirio por amor a su hermano Polinices”.



El término inglés sorority, del que parecen venir los actuales usos de “sororas” y “sororidad”, lo define el diccionario Collins (manejo la reimpresión de 1999) como “hermandad de mujeres”, pero esta idea se aplicaba a los movimientos impulsados hace años por las estudiantes en las universidades de Estados Unidos a fin de recoger donaciones benéficas mediante fiestas y otros actos. Aquellas sororities (o “sororidades”) pretendían diferenciarse, obviamente, de las mismas asociaciones formadas por varones, llamadas fraternities o frats.


Por su parte, la antropóloga mexicana Marcela Lagarde utilizó en 1989 la palabra “sororidad” ya sí desde una perspectiva feminista, con el fin de designar la solidaridad entre las mujeres que luchan por sus derechos. Y con ese sentido aparecerá más tarde, en 2002, en un libro conjunto de varias autoras panameñas y en el magnífico ensayo Malas, escrito por la exministra del PSOE Carmen Alborch, quien menciona 19 veces en esa obra la “sororidad” para explicar su nuevo significado (citando precisamente como referencia a Lagarde).


Por tanto, tenemos tres enfoques al respecto: el de Unamuno, que buscaba simplemente un concepto simétrico a “fraternidad”; el de las universidades norteamericanas que alumbraban sororities como grupos caritativos (a la vez que de diversión) formados por mujeres; y finalmente el del feminismo actual, que quizás toma la palabra del inglés pero con un significado distinto.


Desde el punto de vista morfológico, “sororidad” es un vocablo bien formado. Procede de soror, “hermana” en latín; raíz que ha dado también “sororal”. Esta última palabra aparecía ya en diccionarios del siglo XIX como “perteneciente o relativo a la hermana” (si bien la Academia no la incorpora hasta 1984).


Por tanto, la “fraternidad” sería la hermandad entre hombres; y la “sororidad”, entre mujeres; mientras que el propio término “hermandad” acogería a aquella que incluyera a mujeres y hombres.


Esa sororidad tiene sin embargo unos límites éticos, como señala la propia Alborch citando a Amelia Valcárcel. La solidaridad por encima de antipatías no significa que a las mujeres haya de parecerles bien, de forma indiscriminada, todo lo que las otras hagan (véase el caso de Serena Williams). Se trata por tanto de que la palabra “sororidad” no se equipare con el a mí la Legión, tradicional grito mediante el cual todo legionario debe apoyar al compañero que se halle en un conflicto…, tenga razón o no.


Ésa tal vez sea la clave para que millones de hablantes interpreten como positivo, y no como corporativista, este nuevo vocablo relacionado con la imprescindible lucha por la igualdad.

EL PAÍS


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